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Leonardo Infante


Leonardo Infante (Chaguaramal, Venezuela 1785-Santa Fe de Bogotá, Colombia, 1825) fue un combatiente en las guerras de independencia, conocido vulgarmente con el apodo de «el Negro Infante». Nació en Venezuela, en la antigua provincia de Maturín, aproximadamente en 1795, era descendiente de una familia pobre habituada al rigor de la servidumbre. No tuvo acceso a la educación, pues fue criado en la llanura, gozaba de una complexión sana y robusta, y estaba acostumbrado a las inclemencias del clima. Cuando ocurrió la revolución de 1810 contaba con 15 años de edad. A los 17 años se incorporó al ejército del general Santiago Mariño en 1812, e inició su carrera militar desde soldado raso.

Desde 1812 hasta 1824, Infante participó en los siguientes combates: Tucupido, Corozal, Lozana, Altagracia, Bocachico, Cuajaral, Arao, Carabobo, La Puerta, Aragua, Maturín, Magueyes, Urica, La Mesa, Chiribital, Bendición, Guaicara, Quebrada-Honda, Alacranes, Juncal, San Félix, Mata de Miel, Achaguas, Calabozo, Misión de abajo, Oriza, El Sombrero, Enea, Negritos, Ortiz, Cañafístolo, Beatriz, Rincón de los Toros, Queseras de el Medio, Mantecal, Llano de Carácas, Gámeza, Bonza, Pantano de Várgas, Boyacá, Magdalena, Mucuchíes, Quilcacé, Bomboná, Taindalá, Pasto, Ibarra y Catambuco etc.

El comportamiento de Infante en la primera batalla de Carabobo en 1814, le mereció el reconocimiento, por parte de Simón Bolívar, quien le destinó a servir en la caballería ligera, por sus aptitudes para el manejo de la lanza. Con este grado entró a formar parte de la división que al mando del General Pedro Zaraza hizo la campaña en 1818 hacia el oriente de Venezuela, batiendo en el sitio de Beatriz, con un escuadrón de cien hombres, el 17 de julio del año citado, dos cuerpos volantes de a doscientos jinetes cada uno, dependientes de la división que dirigía el español Francisco Tomás Morales. Este encuentro, que, según los historiadores, presentó todos los aspectos de las grandes batallas, por el encarnizamiento de los combatientes, es para Infante una de sus mayores glorias guerreras. Solo escaparon veintiocho soldados, eliminando al enemigo más de la mitad de sus tropas y llevando a Zaraza setenta prisioneros como resultado de su triunfo.

En 1819, reunido a las fuerzas del general José Antonio Páez, participó en la Batalla de Las Queseras del Medio, y en reconocimiento a su desempeño en el combate, Páez le obsequió su caballo y un trabuco y fue ascendido a teniente coronel, concediéndole al mismo tiempo la Cruz de los Libertadores de Venezuela. Sin embargo el mayor aporte de Infante a la causa independentista, la realizó en 1818 en Rincón de los Toros en la antigua Provincia de Guayana, en la cual tras una acción sorpresiva ejecutada por los españoles, Bolívar estuvo a punto de ser asesinado en ese sitio; pero en medio de la confusión de las tropas rebeldes, Infante, eliminó al Coronel Raimundo López, que comandaba la fuerza enemiga y enseguida dio a Bolívar su caballo para que se salvara, exponiéndose él a ser asesinado.

Gracias a los servicios prestados en las Queseras del Medio y otras jornadas, entró a comandar un regimiento de caballería, con el cual ayudó a hacer la Campaña libertadora de Nueva Granada. Participó en la batalla de Gámeza el 11 de julio del año de 1819; en la sangrienta batalla del Pantano de Vargas el 25 de julio y en la decisiva batalla de Boyacá, el 7 de agosto del mismo año, después de esta acción, fue ascendido a coronel efectivo del Ejército Patriota. Tras vencer en esta última contienda, Bolívar, acompañado de Infante y otros de sus servidores, hizo su entrada en Bogotá el 9 de agosto, y el 11, habiendo ocupado la plaza del General José Antonio Anzoátegui con la división de su mando, se resolvió la persecución de los realistas de Juan de Sámano que huyeron hacia el sureste. Infante fue destinado a perseguir las partidas realistas que tomaron la vía de Honda.

Entre los años de 1820 a 1824 estuvo guerreando en Pasto y el Ecuador, unas veces a las órdenes de Bolívar y otras a las del General Juan José Flores; recibiendo en la acción de Quilcacé, Cauca, Colombia; varias heridas que pusieron en peligro su vida. Concluida la campaña del Sur, volvió a la capital de Colombia, en la que fijó su residencia. A Infante se le acusó de haber asesinado al teniente Francisco Perdomo. Instruido el proceso por la Alta Corte de Justicia bajo la presidencia del venezolano Miguel Peña no resultó la prueba requerida por las leyes para llamar a juicio al acusado aunque el caso ha sido discutido; fue juzgado y condenado a muerte. Para que dictaran este fallo los dos consejos de guerra y la Alta Corte de Justicia en calidad de marcial, se tuvo que apelar a infinidad de abusos que menoscabaron la dignidad de aquella institución violándose leyes vigentes a fin de poder fusilar a Infante.

Bolívar le escribió a Peña que evitara una acusación formal y agregó "Dígale Ud. a Infante que nadie lo amaba ni estimaba más que yo; pero que nadie era más feroz que él [...] su instinto único y universal era matar a los vivientes y destruir a lo inanimal, si veía un perro, o un cordero, le daba un lanzazo, y si una casa, la quemaba. Todo en mi presencia. Tenía una antipatía universal. No podía dejar nada parado. A Rondón que valía mil veces más que él, lo quiso matar mil veces".

En este sentido, el juez Miguel Peña se abstuvo de firmar el fallo de pena muerte contra su coterráneo venezolano Leonardo Infante aunque fuera con salvamento de voto. Al salvar el voto Peña advirtió a la Alta Corte: "con esta seguridad y confianza paso a referir aquellos hechos principales, necesarios para hacer manifiesto y evidente que haberme negado a firmar, la que algunos ministros de la Alta Corte quieren llamar «sentencia» en la causa contra el coronel Infante, ha sido en estrecho cumplimiento de mis deberes, por no hacerme responsable de un asesinato judicial, por respetar la majestad a las leyes, por ser justo." ​ No obstante, la sentencia fue finalmente aplicada.

El acusado estaba prisionero en capilla en las piezas altas del ala occidental del edificio del hospicio, entonces cuartel y futura escuela militar, y después de la confesión y últimos sacramentos, su mujer, embarazada, heredó el dinero adeudado a su cónyuge. El día sábado del 26 de marzo de 1826, en una caravana hacia la plaza, estaba el condenado, aunque degradado a soldado, con su uniforme militar con sombrero galoneado y plumaje, las charreteras y la banda encarnada, en la mano derecha cargaba el bastón, en la izquierda un crucifijo y estaba acompañado por su confesor y los frailes del convento de San Francisco.

En la plaza mayor, soldados de la guarnición formaron un cuadro bajo el sonido de las campanas de la catedral y los tambores de la banda marcial. En el banquillo, poco antes de morir fusilado, solicitó permiso para pronunciar las últimas palabras; concedido, declaró que: «Infante muere, pero no por la muerte de Perdomo». Según un testigo presencial: «En seguida se sentó en el banquillo, y con ademán resuelto, dio la señal de fuego a los soldados, dejando caer el pañuelo que llevaba en la diestra. Permaneció rígido, sin caer por algunos instantes, aunque varias balas lo habían atravesado. Al ver esto, avanzó inmediatamente el pelotón de relevo y le dio el golpe de gracia». Fue ejecutado el 26 de marzo de 1826, abonando esta acción al proceso de separación de las tres grandes repúblicas que componían la antigua Gran Colombia. Miguel Peña fue nombrado consejero de Páez y en esa calidad tuvo un papel clave en la separación de Venezuela y el proyecto de monarquía e imperio napoleónico que Antonio Leocadio Guzmán le propuso a Bolívar. Bolívar le escribió a Páez: “Usted sabe muy bien que Guzmán no ha ido a Lima sino a proponerme de parte de usted la destrucción de la República a imitación de Napoleón, como usted mismo lo dice en su carta, que tengo en mi poder, original. Con el coronel Ibarra y Urbaneja me ha mandado usted proponer una corona que yo he despreciado como merecía".

Una vez verificada la muerte según el protocolo, los tambores tocaron a marcha y acompañado por un capitán que servía como edecán suyo, el general Santander llegó montando un caballo de mando, cruzó la gran plaza y dirigió el siguiente discurso a la tropa: "¡Soldados de la república! Ved ese cadáver: las leyes han ejecutado [...] Mientras el coronel Infante empleó su espada contra los enemigos de la república y sirvió con fidelidad y bizarría, el Gobierno le colmó de honores y recompensas; pero la ley descargó sobre él todo su vigor en el día en que, olvidando sus deberes, sacrificó alevosamente a un ciudadano, oficial también [...] Este es el bien que ha conseguido Colombia después de sus gloriosos sacrificios; mi corazón está partido de dolor con la vista de semejante espectáculo y necesito toda la fuerza de mis principios para hablaros delante de este cadáver".

"¡Soldados! Estas armas que os ha confiado la república no son para que las empleéis contra el ciudadano pacífico ni para atropellar las leyes; son para que defendáis su independencia y libertad, para que protejáis a vuestros ciudadanos y sostengáis invulnerables las leyes que ha establecido la nación. Si os desviáis de esta senda contad con el castigo, cualesquiera que sean vuestros servicios".

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