Miembro de la familia caribe que señoreó en el territorio de la Costa y de la Serranía Central. Jefe y conductor de su pueblo y además Gran Piache, sacerdote responsable de los destinos mágicos y sobrenaturales del mismo, con dotes y cualidades de Mohán; extendió su nombre hasta las confines de grupos muy lejanos. Ejercía soberanía entre casi todos los pobladores indios, desde la cordillera hasta el mar alcanzando también las tierras al sur. De allí el que no fuese raro oír mencionar el nombre de Guaicamacuare en los márgenes del río Apure o en las feraces regiones de Barlovento. Los Teques, caracas, caruaos, Mariches, guaraúnos, quiriquires y algunos más no escondían el respeto que le profesara la sola mención de aquel indio.
Lo curioso de la especie radicaba en la circunstancia de que tan celebrado indio no era propiamente un caudillo guerrero. En los duros empeños de la lucha nunca había sobresalido con relieve personal, hasta se le calificaba de timorato en la acometida. Demasiado prudente, vacilaba mucho para arriesgarse en los encuentros contra el “intruso” español. Pero, sin embargo, ante su figura cobriza, de largísimo cabellera y ojos duros y fríos, el respeto que infundía cobraba tintes de “veneración fetichista”. Y era que Guaicamacuare suplía su falta de aptitudes guerreras con la posesión del don singularisimo del poder sobrenatural. En algunos dialectos se le llamaba piache, en otros, mohan y no faltaba tampoco la genérica designación de jeque. Tales denominaciones venían por ultimo a clasificar la clara condición de “medico” o “empírico” y al mismo tiempo, maestro con el culto de las deidades típicas. De porte imponente, tenía la legendaria virtud de leer, como en las páginas de un libro, el pensamiento de sus semejantes.
Sus conjuros y hechizos eran temidos, por lo que su cueva se veía muy frecuentada en busca de alivio para los males o enojosas situaciones, era visitada por aborígenes de todos los sexos y las edades. Allí, en el fondo de su gruta, Guaicamacuare se consagraba a toda clase de sortilegios, manejando piedras extrañas y preciosas que utilizaba como amuletos, menjurjes preparados a base de cera animal, hojas, raíces, ovillas de algodón y telas tejidas para sus conjuros, se quemaba diariamente en una lámpara de rustica madera, la pura grasa del cacao y la fragante cera vegetal procedente del incillo. También los ovillos de algodón, los tejidos de fibra y las cuentas hechas de azulosas piedras les eran ofrecidos diariamente a las variadas figurillas de barro que componían en numero de 12 su idolátrico ajuar. Es el primer Piache que fabricó ídolos de barro. No necesitaba Guaicamacuare y así lo proclamaba en todo momento de inútiles sacrificios humanos.
La tradición aseguraba que a el se debía la implantación de una ley inexorable consistente en que el piache pagara con su propia vida la muerte de cualquier doliente confinado a sus cuidados. De esta forma quedaba cabalmente demostrada la seguridad de Guaicamacuare en el ejercicio de su esotérica ciencia. En los ritos de los “sacerdotes” aborígenes, tenia lógicamente, Guaicamacuare, sitial de preferencia. Allí siempre estaba el dispuesto al ayuno de cuatro días consecutivos, seguido después por otro menos rígido de casi dos semanas. Pero a pesar de ello, el indio se mantenía fuerte, firme en el paso e incansable en la marcha. Como localizador de tesoros, Francisco Fajardo utilizó sus servicios, hacia el año 1559, para encontrar riquezas en nuestro territorio, pero el oro no aparecía en el centro de estas tierras, por parte alguna. El prestigio del indio comenzó entonces a desvanecerse en el aprecio de Fajardo. Mas un día, el severo piache se detuvo en las proximidades de Macario, para anunciarle:
“A veinte metros debes encontrar aquí el áureo mineral”
Y efectivamente, realizados los trabajos indicados, apareció el oro, tal como lo anunciara proféticamente el más enigmático de todos los caciques.
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